Por Denisse Maerker
La violencia del narcotráfico y el miedo —a veces legítimo, a veces irracional— de ser víctima de esa violencia están perturbando cada vez más la vida social, cultural, económica y política del país. Cada semana nos trae un nuevo ejemplo. Este sábado fue en la feria ganadera en Guadalupe, Nuevo León, donde el terror mató a cinco personas. Una o dos personas dispararon uno o dos balazos al aire y el pánico provocó una estampida que dejó ese saldo fatal. Las armas no son nuevas en los palenques y en las ferias ganaderas, pero el miedo sí. Desde hace 66 años se organiza esta feria y sólo una vez hace 6 años en plena madrugada hubo detonaciones, pero no pasó a mayores. Por lo pronto la feria se canceló. Y para el año que viene de menos habrá que pensar en poner arcos detectores de metal en todos los accesos. Y eso cuesta, por supuesto.
Pero no es el único caso. Las noches en Cuernavaca no han podido volver a ser lo que eran antes de los rumores o advertencias que provocaron el cierre total de restaurantes y centros nocturnos en lo que ya se conoce como el viernes negro. Los fines de semana los propietarios siguen mandando a sus casas a los meseros que les sobran por la poca afluencia.
En muchas centrales de abasto del país los comerciantes pagan derecho de piso a los grupos del crimen organizado. Son más costos y menos ganancias.
En varias ciudades del norte del país los padres temen por sus hijas y tratan de mantenerlas en casa, sobre todo a las más bonitas, por miedo a que les pase lo que ya ocurrió con muchas otras, que sicarios o narcos las levanten para quedárselas.
El Estado mismo se está viendo limitado para ejercer sus funciones. La entrega de Oportunidades es en algunos estados un trabajo de alto, altísimo riesgo. Y en las próximas elecciones será tan interesante ver los resultados como saber en qué comunidades y barrios no se pudieron instalar casillas.
Hay además regiones enteras en las que ya no se informa sobre lo que ahí ocurre.
Si el objetivo era recuperar los espacios públicos y arrancárselos al crimen organizado, lo que constatamos es un franco retroceso. Cada vez más mexicanos se recogen y protegen en sus casas y huyen de las plazas y fiestas por temor.
Se tiene que combatir a los sicarios, pero también al miedo. Y esto último nos concierne a todos.
Ayer EL UNIVERSAL propuso: “Los profesionales de la comunicación tendríamos que protegernos, doblemente, a nosotros mismos, no con guardias ni con pistolas, sino con lo que los criminales más temen de nosotros: la unión en su contra”. Ese es sin duda el camino.
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